jueves, 29 de abril de 2010

Así, ¿Quién no entiende?


Buscar un lugar para poder estacionar el auto, es una misión imposible en Guayaquil. A veces no hay espacio o el señor, auto nombrado cuidador en la cuadra, no te lo permite, porque él tiene la capacidad de leer la mente de los conductores que van a dejar su vehículo por más de 15 minutos, y este "guardián" dice no, tú no. O sino los autos que están mal estacionados, donde entraban dos sólo entró uno. En fin, siempre hay un problema para aparcar el automóvil.

Pero, en ocasiones por dejar el auto es un sitio, los conductores, irrespetuosamente, dejan sus vehículos justo frente al garaje, impidiendo que el automóvil de la vivienda ingrese o salga. Pero, los dueños de una casa ubicada en Guayacanes 209 y Leonidas García, en Urdesa; prefirieron poner una leyenda, nada ambigua y muy explicita, "Se pinchan llantas gratis".

Fernando Bermúdez, vendedor, dice que "Esa frase está correcta, porque la gente no entiende el significado de la palabra garaje y que ahí no deben estacionarse". En cambio Enrique Cevallos, morador, se quedó sorprendido de la leyenda, no se había fijado en la publicación que está en la puerta del garaje, y expresó que el dueño de la vivienda "Está bravo. Carro que se pone, como está tan bravo, queda tubo abajo".

Menuda frase, que no permite que un conductor piense en dejar ahí su vehículo.

lunes, 26 de abril de 2010

¿Y dónde estamos nosotros?


Muy a menudo nos quejamos de las cosas que no tenemos, un Ipod, una portátil, el último modelo de celular, de no poder mostrar a otros que podemos adquirir cualquier cosa. Sin embargo, esas cosas son banales, ¿es acaso imprescindible todo eso?

La situación de otros, quizás no sea fácil, pero tampoco tan reprimida como la de unos infantes y adolescente que no piden nada, sólo un techo y comida. No se dan cuenta en la situación en la que viven, ¿será la mejor, es lo básico, así se debe vivir?

La mayor parte de la población no se conforma con tener un televisor, sino que es necesario un plasma. Quienes viven en el albergue Aldea María Mónica, frente a la construcción de la nueva penitenciaria, quizás sólo creen que poder correr en ese sitio es lo mejor, sus sonrisas no dependen de un regalo sino de la felicidad que entre ellos se brindan.

Con un grupo de jóvenes fuimos a ver, y no nos quedamos ahí sino que pusimos manos a la obra. La habitación de las niñas parecía más una bodega, dónde las el tiempo había dejado su huella. Rastros de polvo, heces de ratones, murciélago disecado, colchones con polvo, paredes destruidas por el tiempo y la humedad.

Quienes están encargados del sitio no se presentaron, cuando llegamos, pero en cambio si una tía -llamada así- y se mostró preocupada, pero a la vez con las manos atadas, porqué no puede hacer nada y aún más con el cambio de administración que se realizaría en mayo. Aunque se dio algunas opciones, como recurrir al Ministerio de Inclusión Social, ella no podía hacer nada, ya que no es la directora ni la encargada legal del orfanato.

Aún así, eso no fue motivo para que un joven, con discapacidad, juntara su hombro para ayudar a barrer y a recoger la basura. "Yo si barro bonito, tía", "yo canto bonito", "bailo bonito", todo para él era "bonito" sin darse cuenta de la realidad de su entorno.

Al comienzo de la tarde nos dirigimos al salón principal para realizar algunos juegos con los niños y adolescentes del orfanato. Ese pequeño tiempo que se les dio, fue lo mejor, más que arreglarle su habitación. Las sonrisas lo tomaban como regalo, obsequio de lo que no querían desprenderse.

Al retirarnos del lugar, nos quedamos con la pregunta ¿y dónde estamos nosotros? Qué hacemos en nuestro tiempo libre que no podemos ayudar a otros que requieren de nuestras manos. Las miradas de los pequeños seguían el auto, y las últimas palabras de ellos, aún retumban en la cabeza, "tía, tío... ¿Si vienen?"